lunes, 14 de marzo de 2011

LEWIS MUMFORD Y EL NACIMIENTO DE LA CIUDAD

Lewis Mumford en 1956

Con la intención de avivar la memoria quiero volver la vista hacia el libro LA CIUDAD EN LA HISTORIA. Voy a tener un encuentro imaginario con su autor, el profesor Lewis Mumford, para conversar sobre el nacimiento de la ciudad.

M.S. -Bienvenido Profesor Mumford a este blog. Hablemos de su obra La Ciudad en la Historia. Usted empieza con una frase cada vez más reveladora de la enorme potencialidad del concepto de ciudad.
L.M. -Cierto. El libro comienza con una ciudad que era, simbólicamente, un mundo; termina con un mundo que se ha convertido, en muchos aspectos, en una ciudad.

M.S. -¿Podría darnos una definición del concepto de Ciudad?
L.M. -No hay definición única que se aplique a todas sus manifestaciones y una sola descripción no puede abarcar todas las transformaciones desde el núcleo social embrionario hasta las formas complejas de su madurez y la desintegración corporal de su senectud.

M.S. Vamos al origen de la ciudad. ¿Cuáles fueron las condiciones originales de su nacimiento?
L.M. -Antes de la ciudad estuvieron el caserío, el santuario y la aldea; antes de la aldea, el campamento, el escondrijo, la caverna y el montículo; y antes de todo esto ya existía la tendencia a la vida social que el hombre comparte, evidentemente, con muchas otras especies animales. En este último aspecto, el ser humano desarrolló factores de sociabilidad y congregación diferente a los animales que determinaron el nacimiento de la ciudad. Los enumerare:

Primero: los ritos funerarios y las tumbas sirvieron como circunstancias de reunión. El respeto del hombre primitivo ante los muertos desempeñó tal vez, un papel más importante que otras necesidades más prácticas en cuanto a impulsarlo a buscar un lugar fijo de reunión y, más adelante, un asiento permanente… En el penoso vagabundeo del hombre paleolítico, los muertos fueron los primeros que encontraron morada permanente, en una caverna, en un montículo señalado por unas cuantas piedras o en un túmulo colectivo. Se trataba de señales a los que los vivos volvían a intervalos, para comunicarse con los espíritus ancestrales o para aplacarlos… La ciudad de los muertos es anterior a la ciudad de los vivos. A decir verdad, en un sentido, la ciudad de los muertos es la precursora, y casi el núcleo, de toda ciudad viva. 

Cueva de Laxcaus
 Segundo: los ritos mágicos y la caverna como santuario. Al contrario de lo que muchos creen, la función que la caverna desempeñó en el arte y en el ritual fue más importante que su uso con fines domésticos. En los recovecos de estos centros rituales se encuentran grandes cámaras naturales, cubiertas por pinturas  de una asombrosa vivacidad de forma y de gran soltura en el trazo, que por lo común son representaciones delicadamente realistas de animales y una que otra vez de hombres y mujeres sumamente estilizados… En estos antiguos santuarios del paleolítico tenemos los primeros indicios de la vida cívica, posiblemente mucho antes de que pudiera sospecharse la existencia de aldeas permanentes… Aquí, en el centro ritual había una asociación consagrada a una vida más abundante; no solo un aumento de alimentos sino también un aumento de goce social mediante la utilización más cabal  de la fantasía simbolizada y el arte, con una visión compartida de vida mejor, más significativa, y al mismo tiempo estéticamente encantadora; en embrión, una buena vida como la que algún día escribiría Aristóteles en la Política, en otras palabras, el primer rastro de utopía… La caverna le dio al hombre primitivo su primera concepción del espacio arquitectónico, su primer atisbo del poder de un recinto amurallado como medio para intensificar la receptividad espiritual y la exaltación emotiva.  
Stonehenge

Tercero: la aspiración de supervivencia. Las necesidades prácticas hicieron congregarse a grupos familiares y tribus, según las estaciones, en un hábitat común, en una serie de campamentos, e incluso en una economía de caza y recolección… Mucho antes de que las aldeas y caseríos agrícolas se convirtieran en rasgos típicos de la cultura neolítica, posiblemente ya habían sido reconocidos los solares adecuados para instalarse con carácter permanente: la fuente cristalina, con su provisión de agua durante todo el año; la sólida colina, accesible y protegida por el rio o la ciénaga…

M.S. -¿Quiere decir que la ciudad no es, solamente, el producto de una necesidad pragmática de supervivencia?
L.M. –Como se puede ver, dos de los tres aspectos originales del asentamiento temporal están relacionados con cosas sagradas y no tan solo con la supervivencia física… A medida que la ciudad adopta su forma, muchos otros elementos se irán añadiendo; pero estos intereses axiales prevalecen como razón misma de la existencia de la ciudad, inseparables de la sustancia económica que la hace posible. En la más remota reunión en torno de una tumba o de un símbolo pintado, de una gran piedra… se encuentra el comienzo de una sucesión de instituciones cívicas que van desde el templo hasta el observatorio astronómico, desde el teatro hasta la universidad. Por esta razón es que comparo la ciudad con un imán, es decir: antes de que la ciudad sea un lugar de residencia fija, comienza como un lugar de reunión al que la gente vuelve periódicamente: el imán precede al receptáculo, y esta capacidad para atraer a los no residentes, para el intercambio y el estímulo espiritual, subsiste, no menos que el comercio, como uno de los criterios esenciales de la ciudad… El primer germen de la ciudad está en el lugar ritual de reunión que sirve como meta de peregrinaje.


M.S. -¿Cuáles fueron las condiciones de la cultura neolítica que condujeron a la cristalización de la ciudad?
Diosa o figura de mujer. Catal Hoyuk.
L.M. -La domesticación fue uno de los rasgos esenciales del Neolítico. Esto implica dos grandes cambios: la permanencia y la continuidad en la residencia, y, el ejercicio de control y previsión sobre procesos que antes estaban sujetos a los caprichos de la naturaleza. La mujer tuvo una posición central en la nueva economía y su rol fue fundamental en la gran ampliación de la existencia de alimentos que resultó de la domesticación acumulativa de plantas y animales, así como en el dominio de la cerámica y la elaboración de recipientes imprescindibles para el almacenaje… El trabajo y organización de la mujer dio forma a la aldea neolítica… Otro aspecto importante fue el inicio en el manejo de la hidráulica, la construcción y la transformación física del territorio… Asimismo, en la aldea neolítica nacen las instituciones y el orden comunal. Los comienzos de la moral organizada, del gobierno, el derecho y la justicia existían en el Consejo de Ancianos de la aldea. Estos consejos espontáneos, unificados por el uso y la necesidad, expresaban el consenso humano, no tanto por la adopción de nuevas decisiones como por la aplicación inmediata de normas aceptadas y de decisiones tomadas en un pasado inmemorial. Los ancianos personificaban la sabiduría atesorada de la comunidad: todos participaban, todos concordaban, todos se unían para restablecer un orden comunal, cada vez que era trastornado momentáneamente por la disensión o la lucha. Este orden se inspiraba en la religión. Aunque cada aldea pudiera tener su altar y sus cultos locales, comunes a todos los vecinos, hubo una complementaria difusión del sentimiento religioso  a través del tótem y el culto de los antepasados… En síntesis, en forma primitiva, muchos símbolos y estructuras urbanas estaban presentes en la aldea neolítica. Incluso la muralla existía quizás en forma de empalizada o montículo. La vida aldeana está enclavada en la asociación primaria de nacimiento y lugar, sangre y suelo. Antes de que la ciudad surgiera, la aldea ya había dado nacimiento al vecino. Lo que hoy llamamos moralidad comenzó con las mores (morar, morada, morador), con las costumbres conservadoras de la vida, propias de la aldea.

M.S. -¿Se podría pensar que la ciudad se formó por el crecimiento poblacional de la aldea neolítica?
L.M. -El crecimiento poblacional de la aldea no fue la condición necesaria para el surgimiento de ciudades; eran necesarias otras condiciones: que el ser humano se planteara objetivos que fueran más allá de la elemental supervivencia, y esta condición no se presentó en todas las aldeas, solo en las que tenía población con ímpetu saliente. La ciudad apareció como surgente en la comunidad paleoneolítica. Le explico: en la evolución surgente, la introducción de un nuevo factor no se limita a aumentar la masa existente sino que produce un cambio global, una nueva configuración que altera sus propiedades. Los antiguos elementos de la aldea  fueron conservados e incorporados  a la nueva unidad urbana; pero, por la acción  de nuevos factores, fueron reorganizados en una configuración más compleja e inestable que la aldea; en una forma que promovió nuevas transformaciones y evoluciones… En cada etapa hay que diferenciar la reunión estrecha de estructuras con un mero aumento de densidad de la población, de la compleja organización dinámica de la ciudad, en la que antiguas estructuras y funciones sirvieron con nuevos fines. Hay que recordar la definición de Rousseau: “Las casas hacen un caserío, pero los ciudadanos hacen una ciudad.” La capacidad para transmitir en formas simbólicas y pautas humanas una porción representativa de una cultura es la gran característica de la ciudad.  Se trata de la condición necesaria para fomentar la expresión más cabal de las capacidades y potencialidades humanas, hasta en las regiones rurales y primitivas que se hallan fuera de ella.
M.S. -¿Cuáles fueron esos cambios?

L.M. -La composición humana se hizo más compleja, pues la creación de nuevos oficios se materializo en el surgimiento de nuevas clases sociales. Esta nueva mezcla urbana de oficios y de clases sociales dio lugar a una enorme expansión de las capacidades humanas en todas las direcciones. Surge un espíritu inventivo para resolver problemas de productividad, transporte, comunicaciones, etc., que fue impulsado por la audacia individualista, el espíritu aventurero, el poder de dominio y organización de los nuevos líderes o gobernantes en la figura del antiguo cazador-héroe o jefe local de la aldea convertido en el rey majestuoso, principal guardián sacerdotal del altar, dotado de atributos divinos… Con el crecimiento de la población y el aumento de la riqueza en la ciudad se planteó la división entre ricos y pobres, que apareció con la institución de la propiedad, otra gran innovación de la vida urbana… Ya de fecha bastante remota hacia el año 1700 a.C., cuando fue promulgado el Código de Hammurabi, se tienen leyes detalladas que se refieren a la propiedad privada, su traspaso, préstamo y legado, que revelan el desarrollo de esta nueva entidad legal…
Fragmento de la estela del Codigo de Hammurabi
La especialización, la división, la compulsión y la despersonalización produjeron una tensión interna en el seno de la ciudad. Esto determino, en el curso de la historia, una corriente de resentimiento encubierto y de rebelión abierta…

M.S. -¿Cuál fue la importancia de la religión en ese proceso de cristalización urbana?
L.M. - En cuanto a la religión, hay una nueva identificación del grupo con dioses colectivos, pues en algún momento, los dioses familiares y locales, apegados al fuego del hogar fueron reemplazados por los dioses uránicos o dioses telúricos… Cuando el pico del arqueólogo saca a la luz una ciudad, se encuentra un recinto amurallado, una ciudadela, construida con materiales duraderos… y, en el interior del recinto halla por lo general tres grandes edificios de piedra o de ladrillo cocido, edificios cuya misma magnitud los distancia de las otras estructuras de la ciudad. Son el palacio, el granero y el templo. El rey se convirtió en un mediador entre el cielo y la tierra, encarnando en su propia persona la vida y el ser enteros de la tierra y de su gente. Con el tiempo, amplio las funciones del sacerdocio y le confirió a la casta sacerdotal un puesto directivo en la comunidad, que se hizo visible en los grandes templos, que solo los reyes podían tener recursos suficientes para edificar. La erección de un gran templo, imponente tanto arquitectónica como simbólicamente, selló la unión entre realeza y sacerdocio… Tras los muros de la ciudad, la vida descansaba sobre un fundamento común, tan profundo como el universo mismo: la ciudad era nada menos que el hogar de un poderoso dios. Creo que sin los poderes sagrados que estaban contenidos dentro del palacio y del recinto del templo, la ciudad antigua habría carecido de propósito y de significado… Sin las potencias religiosas de la ciudad, el muro solo no podría haber conseguido moldear el carácter al mismo tiempo que controlar las actividades de los habitantes de la ciudad. De no ser por la religión, y todos los ritos sociales y ventajas económicas que la acompañaban, el muro habría convertido a la ciudad en una prisión, cuyos reclusos solo hubieran tenido un deseo: destruir a sus guardianes y evadirse. 

M.S. -¿Actuó la ciudad como un condensador de los componentes de la aldea?
L.M. -Con el surgimiento de las ciudades sucedió que muchas funciones que habían estado diseminadas y desorganizadas fueron reunidas dentro de una superficie limitada y se mantuvo a las partes integrantes de la ciudad en un estado de tensión dinámica e interacción. En esta reunión, casi impuesta por el estricto cerco de la muralla de la ciudad, las partes ya bien establecidas de la protociudad –el santuario, la fuente, la aldea, el mercado, la fortaleza- participaron de la ampliación y concentración generales en número, y sufrieron una diferenciación estructural que les dio formas reconocibles en cada una de las fases subsiguientes de la cultura urbana… A partir de sus orígenes, la ciudad puede ser  descrita como una estructura equipada para almacenar y transmitir los bienes de la civilización, suficientemente condensada para proporcionar la cantidad máxima de facilidades en un espacio mínimo, pero capaz de un ensanche estructural que le permita encontrar lugar para las nuevas necesidades y las formas más complejas de una sociedad en crecimiento y su legado social acumulativo.

M.S. -¿Que significa el nacimiento de la ciudad como una implosión urbana?
L.M. -La ciudad se forma mediante un proceso de implosión de energías, es decir, los múltiples elementos diversos de la comunidad esparcidos a lo largo de un gran sistema de valles fueron movilizados y acumulados bajo presión, tras los muros macizos de la ciudad. Hasta las gigantescas fuerzas de la naturaleza fueron sometidas a la dirección humana consciente: decenas de miles de hombres se ponían en acción como una sola maquina bajo un control central y construían acequias, canales, montículos urbanos, zigurats, templos, palacios y pirámides, en una escala hasta entonces inconcebible. La ciudad fue el receptáculo que determinó esta implosión y que, a través de su misma forma, mantuvo unidas las nuevas fuerzas, intensificó sus reacciones internas y elevó en conjunto el nivel de realizaciones. Bajo la presión de una institución rectora: la monarquía, una multitud de diversas partículas sociales, largo tiempo separadas y centradas en sí mismas, cuando no mutuamente antagónicas, fue reunida en una zona urbana concentrada… En esta implosión urbana, el rey está en el centro: es el imán que atrae al corazón de la ciudad y pone bajo el control del palacio y el templo todas las nuevas fuerzas de la civilización.

M.S. -¿Fue la ciudad un producto evolutivo o revolucionario?
L.M. -La ciudad se forma como un proceso evolutivo. La transformación que trato de describir fue inicialmente llamada por Gordon Childe revolución urbana. Esta expresión hace justicia al papel activo y de importancia crítica de la ciudad; pero no indica con exactitud el proceso. Pues una revolución implica trastocar las cosas y un movimiento progresivo separado de las instituciones gastadas que se dejan atrás. Creo que, en lugar de relegar al olvido elementos más primitivos de la cultura, el surgimiento de la ciudad los reunió aumentando su eficacia y su alcance.

M.S. -¿De qué manera las condiciones del territorio fueron determinantes en la formación de ciudades?
L.M. -La ciudad es el producto de una enorme movilización de vitalidad, poder y riqueza que, en un principio, estuvo limitada necesariamente a unos cuantos grandes ríos, en regiones excepcionalmente propicias. La ciudad parece haber surgido en unos pocos valles grandes fluviales: el del Nilo, el del Tigris-Éufrates, el del Indo,  y el de Huang-Ho. Una vez que se desecaron las ciénagas y se reguló el nivel de las aguas, la tierra de estos valles resultó muy fértil… Los mismos ríos fueron los primeros caminos: cinturones móviles de agua, de mil kilómetros de largo en Egipto y la Mesopotamia, de mil seiscientos kilómetros en el valle del Indo. Los ríos formaron un sistema vertebral de transporte que sirvió de modelo para la acequia destinada a la irrigación y para el canal; en tanto que sus súbitas crecientes o periódicas inundaciones hicieron necesario que los cultivadores aldeanos se congregaran para reparar los daños causados por las tormentas, para guiar el agua por sus campos a fin de guardarse de la sequía, para crear toda una red de represas, canales y obras de irrigación. La construcción de estas obras demandó un grado de contacto social, colaboración y planeamiento a largo plazo que la vieja cultura autónoma de la aldea no requería ni fomentaba. Por ejemplo, en la Mesopotamia sus habitantes empezaron a construir redes locales de acequias y canales para la irrigación, y lugares de vivienda con terraplenes. La administración del agua era el precio de la supervivencia comunal y la productividad agrícola reposaba en una vigilancia incesante y un esfuerzo colectivo. Cuando ya el dios de la Tormenta quedaba apaciguado, el excedente potencial de alimentos y de vitalidad humana era enorme. De  modo que es natural que, a partir de esta gran  superproducción sumeria, casi con toda seguridad, y como sostiene firmemente la mayoría de los arqueólogos especializados en la Mesopotamia, tomara ese pueblo el primer puesto, comenzando por el nido de ciudades en las tórridas tierras  del delta próximas al Golfo Pérsico. Estas ciudades no solo  inspiraron la más remota arquitectura monumental  con ladrillo en Egipto, sino que en astronomía, escritura, organización militar, construcción de canales e irrigación, lo mismo que en materia de comercio y manufacturas, se abrieron camino firmemente; y a través del comercio, y tal vez de contactos más íntimos, dejaron su impronta sobre las distintas ciudades del valle del Indo.

M.S. -Una vez establecidas las primeras ciudades ¿Cuáles fueron sus rasgos físicos originarios?
L.M. -Lo primero que observamos es un aumento en la superficie edificada y en la población. Pero no es solo el número de personas en una superficie limitada, sino el número que puede ponerse bajo un control unificado, para formar una comunidad muy diferenciada al servicio de propósitos que trascienden la crianza y la supervivencia, lo que tiene una significación urbana decisiva. En el tamaño de las ciudades hay un factor condicionante que, con excesiva frecuencia, se pasa por alto. Me refiero no solo a la disponibilidad de agua o alimentos, sino a la extensión de los sistemas de comunicación colectiva. Platón limitaba el tamaño de su ciudad ideal al número de ciudadanos a los que pudiera dirigirse una sola voz; aun así, había una limitación más común en cuanto al número que podría reunirse en el interior de los recintos sagrados para tomar parte de las grandes ceremonias anuales. Las primeras ciudades no fueron más allá de los límites impuestos por la distancia que puede recorrerse a pie o dentro de la cual puede escucharse un llamado. De esta manera, la ciudad, a medida que se desarrolla, se convierte en el centro de una red de comunicaciones… El tamaño posible de la ciudad varía en parte con la velocidad y el alcance efectivo de las comunicaciones. Otro rasgo importante fue la organización urbana definida notablemente por dos elementos de escala monumental: la ciudadela y la muralla. 
  
La ciudadela es el depósito de las más ricas reliquias artísticas y técnicas de la ciudad antigua; ahí el nuevo rasgo de la ciudad es evidente. Se trata de un cambio de escala, destinado a amedrentar y anonadar al espectador. Aunque la masa de la población estuviera mal alimentada y sobrecargada de trabajo, no se escatimaban gastos para crear templos y palacios, cuyo volumen mismo y cuyo impulso ascendente dominarían al resto de la ciudad. Lo que hoy llamamos “arquitectura monumental” es, ante todo, la expresión de poder y ese poder se exhibe en la reunión de costosos materiales de construcción y de todos los recursos del arte, así como en el dominio de toda clase de aditamentos sagrados. El propósito de este arte era producir un terror respetuoso, como se nota en la confesión contemporánea que cita Contenau: ¡Estoy como un muerto, me desmayo después de la visión del Rey, mi Señor!
    Restos de la ciudad con el zigurat de Ur Nammu al fondo
      La muralla, nacida de una necesidad simbólica y sagrada, perduró como uno de los rasgos más prominentes de la ciudad, en la mayoría de los países, hasta el siglo XVIII. Con la invención de las artes de exterminio y destrucción colectiva organizada (la guerra), la muralla se convirtió en una necesidad práctica, no solo un símbolo, e impuso una forma precisa a la ciudad; sirvió como recurso militar y como factor de mando efectivo sobre la población urbana.
    Muralla de Ninive
    En el plano estético, trazó una línea cortante y estableció un contraste nítido entre la ciudad y el campo; en tanto que en el plano social, subrayaba la diferencia entre ciudadano y forastero, entre el campo abierto, sujeto a las depredaciones de animales salvajes, saqueadores nómadas y ejércitos invasores, y la ciudad perfectamente cercada, donde se podía trabajar y dormir con una sensación de absoluta seguridad, incluso en tiempos de amenazas militares. Con una provisión suficiente de agua en el interior y con una cantidad adecuada de grano almacenado en depósitos y graneros, la seguridad parecía absoluta. Las puertas que guardaban estas ciudades ancestrales estaban reforzadas simbólicamente, lo mismo que el palacio, por enormes imágenes mágicas del poder deificado. Desde muy temprano, los baluartes adquirieron la forma que conservarían hasta el siglo XVI de la era cristiana, o sea, con torres y bastiones que sobresalían de un cinturón solido de mampostería que produjo un efecto estético atrevido.

    M.S. -Aparte del palacio, el templo y la muralla ¿Qué otra institución fue originaria en la ciudad?
    L.M. -Los transportes permitieron nivelar los excedentes y tener acceso a espacialidades distantes: estas fueron las funciones de una nueva institución urbana, el mercado,  que en sí mismo fue, en gran parte, un producto de la seguridad y la regularidad de la vida urbana. En las ciudades de las que proceden los registros más antiguos con que contamos, vemos que las funciones del mercado  -obtención, almacenaje, distribución- eran desempeñadas por el templo. Lo que le da al mercado un lugar permanente en la ciudad es la existencia de una población bastante grande que ofrezca una vida satisfactoria a mercaderes con relaciones distantes y costosos artículos de consumo, y con una productividad local suficiente que permita que el excedente de productos urbanos sea ofrecido en venta al público en general. Pero, más importante, a la larga, que la distribución más extensa de los artículos de consumo en el mercado fue el sistema de comunicaciones que creció al mismo tiempo. Si el transporte constituía el elemento más dinámico de la ciudad, aparte de la guerra, la falta del mismo, o la facilidad con que lo podía desorganizar en el curso de la vía fluvial una comunidad que negara paso a las embarcaciones, constituyó una amenaza para su crecimiento y para su existencia misma. No cabe duda de que esto explica la tendencia de  las ciudades poderosas a extender sus fronteras y a destruir a aquellas ciudades que pudieran bloquear sus rutas de comercio: era importante mantener a salvo las “líneas de vida”. En parte, esto explicaría el camino político del centro urbano hacia el imperio.

    M.S. -¿Cómo se pueden agrupar las funciones originales de la ciudad?
    L.M. -Al hacer el computo de las actividades de la ciudad, se debe distinguir entre dos aspectos: las funciones humanas comunes, que se cumplen en todas partes, pero que a veces resultan muy ayudadas y enriquecidas por la constitución de la ciudad, y las funciones urbanas especiales, producto de sus vínculos históricos y de su singular estructura compleja, las cuales solo se cumplen dentro de la ciudad.  A fin de conservar con más nitidez en la memoria esta segunda serie de actividades, las resumiré en los términos de movilización, mezcla y exaltación… Las nuevas oportunidades para el hombre, así como los peligros naturales, atrajeron hacia las iniciales instalaciones urbanas a gente procedente de regiones más remotas… Surge así la mestización urbana… Cada vez más, la gente trató de acudir a la ciudad y de incorporarse a ella por voluntaria adopción y participación… Durante una gran parte de la historia, la ciudad era ante todo almacén, preservador y acumulador. Por su dominio de estas funciones, la ciudad desempeñaba su función última, a saber, la de transformador. A través de sus servicios, las energías de la comunidad se canalizaban en formas simbólicas almacenables. Como ha señalado una serie de investigadores, desde Augusto Comte hasta W. M. Wheeler, la sociedad es una “actividad acumulativa”; y la ciudad se convirtió en el órgano esencial de ese proceso… No es accidental que el surgimiento de la ciudad como unidad autónoma, con todos sus órganos históricos perfectamente diferenciados y activos, coincidiera con el desarrollo del registro permanente… Por pasos progresivos de abstracción y simbolización, los sacerdotes consiguieron convertir el registro en un medio para conservar y transmitir ideas, sentimientos y emociones que antes nunca tuvieron forma visible o material… el desarrollo de los métodos simbólicos de conservación aumentó enormemente la capacidad de la ciudad como receptáculo; que no solo mantenía reunido un número mayor de personas e instituciones que cualquier otro tipo de comunidad, sino que mantenía y transmitía una proporción mayor de su vida que cuanto las memorias humanas individuales podían transmitir oralmente. Esta condensación y este almacenaje, con el propósito de extender los límites de la comunidad en el tiempo y el espacio, constituye una de las funciones singulares que desempeña la ciudad; y la medida en que la desempeña establece, en parte, el rango y el valor de la ciudad.

    M.S. -Usted plantea que la guerra como institución nace con la ciudad ¿Cómo se explica ese fenómeno? 
    Narâm-Sîn, rey de Akkad, celebrando su victoria.
    L.M. -La misma implosión que había magnificado los poderes del dios, el rey y la ciudad, y mantenido las complejas fuerzas de la comunidad en un estado de tensión, ahondó también las ansiedades colectivas y extendió los poderes de destrucción… ¿Quién era el enemigo? Todo aquel que rendía culto a otro dios; que rivalizaba con el poder del rey u ofrecía resistencia a su voluntad. Así, la simbiosis cada vez más compleja que tenía lugar en el seno de la ciudad y en su vecino dominio agrícola fue contrapesada por una relación destructiva y predatoria con todos los posibles rivales… Casi desde su primer momento de existencia, la ciudad, a pesar de su apariencia de protección y seguridad, fue acompañada no solo de la previsión de un asalto desde fuera sino también de una lucha intensificada en su interior: un millar de pequeñas guerras se hicieron en la plaza del mercado, en los tribunales. Ejercer el poder en todas las formas era la esencia de la civilización; y la ciudad hallo decenas de modos de expresar la lucha, la agresión, la dominación, la conquista… y la servidumbre. A medida que la población  de la ciudad aumentaba, se hacía necesario extender la superficie inmediata de producción de alimentos o extender las líneas de abastecimiento y aprovechar los artículos de consumo de otra ciudad, ya por cooperación, trueque o comercio, ya por tributo forzado, expropiación y exterminio… Así, la más  preciosa invención colectiva de la humanidad, la ciudad, a la que solo precede el lenguaje en la transmisión de cultura, se convirtió desde el principio en el receptáculo de destructoras fuerzas internas, orientadas hacia el constante exterminio.

    M.S. -¿En qué momento la ley y el concepto de justicia empiezan a ser principios rectores de la ciudad?
    L.M. -Desde el comienzo la ley y el orden sirvieron como complemento de la fuerza bruta. Aunque el poder en todas sus manifestaciones, cósmicas y humanas, era el puntal de la nueva ciudad, cada vez se lo modeló y orientó más, mediante nuevas instituciones de la ley, el orden y la urbanidad. En un momento dado, el poder y el control se ennoblecieron en la justicia. A medida que la misma sociedad se fue secularizando más, debido a la creciente presión del comercio y la producción, el papel desempeñado por la ciudad, como sede de la ley y la justicia, de la razón y la equidad, complementó el que desempeñaba como representación religiosa del cosmos.

    M.S. -Usted hace referencia a dos funciones de la ciudad: la eterializacion y la materialización ¿Podría ampliar un poco estos conceptos?
    L.M. -La eterializacion, término acuñado por  Arnold J. Toynbee, es un proceso mediante el cual las culturas urbanas trasmutan sus energías  en formas más elevadas y refinadas; de modo que incluso su bagaje técnico  se desmaterializa progresivamente, disminuye su volumen o peso y se simplifica en diseño o funcionamiento… Esta transformación tiene lugar, en diversos grados, en todos los órdenes. En el caso de las estructuras urbanas, esto significa un adelgazamiento del recipiente y un fortalecimiento del imán. Cuando se produce el proceso de eterializacion, una parte cada vez mayor del medio ambiente, tanto en el espacio como en el tiempo, queda disponible para el ulterior desarrollo humano, precisamente porque se lo ha concentrado en forma simbólica. En tanto que otros organismos solo necesitan del pasado la parte que transportan en sus genes, y de su medio ambiente la porción que esta concretamente presente, la capacidad del hombre depende de que tenga acceso a acontecimientos más remotos, recordados o proyectados, y a partes remotas o inaccesibles de su medio ambiente… Parece evidente que la eterializacion  constituye una de las principales justificaciones de la ciudad –pese a que se trata de una justificación emergente que no contemplaron sus creadores originales y aun hoy no es apreciada cabalmente. El arte y la ciencia, en todas sus múltiples expresiones, constituyen los símbolos fácilmente reconocidos de esta liberación… Pero además, la ciudad desempeña otra función igualmente importante, la función de materializar. Lo vemos palmariamente al hacer una recorrida por la ciudad; pues los edificios hablan y actúan, no menos que la gente que habita en ellos; y a través de las estructuras físicas de la ciudad, acontecimientos del pasado, decisiones tomadas largo tiempo atrás, valores formulados y alcanzados, permanecen vivos y ejercen una influencia. El ritmo de la vida en las ciudades parece estar constituido por una alternación de materialización y eterializacion… Cuando la vida prospera, un proceso se alterna con el otro con tanta naturalidad como la aspiración y la espiración en la respiración… Tanto la estabilidad como la creatividad son necesarias; y esa combinación ha constituido el don supremo de la ciudad.

    M.S. -¿Ha sido el arte un rasgo originario de la ciudad?
    L.M. -En su clásico PRINCIPIOS DE PSICOLOGIA, William James describió ajustadamente como la casa  y los bienes de un hombre  se convierten a tal punto en una parte de su personalidad completa como su conocimiento y sus sentimientos, sus opiniones y sus actos. Si  esto es válido para el individuo, aun es más valido cuando se trata de la comunidad; ya que fue por medio de nuevas estructuras estéticas la ciudad definió la nueva personalidad colectiva que había surgido y contempló con un nuevo orgullo su propio rostro… En las primeras ciudades, la vida y la energía humanas fueron traducidas, en forma de arte, en una escala que antes fue inalcanzable. Cada generación podría dejar ahora su depósito de formas ideales e imágenes, en altares, templos, palacios, estatuas, retratos, inscripciones, leyendas talladas o pintadas en los muros y las columnas, que satisfacían el más remoto deseo de inmortalidad existente en el hombre, al hacerlo presente en los espíritus de generaciones posteriores… En la ciudad, los grandes arquetipos del inconsciente, reyes como dioses, toros alados, hombres con cabeza de halcón, mujeres como leones, enormemente engrandecidos, brotaban en arcilla, piedra, bronce y oro. No solo en el teatro siente el espectador que los actores son más grandes que su dimensión humana real. Se trata de una ilusión característica que produce la ciudad, pues el centro urbano es, en realidad, un teatro… Para que los reyes pudieran ejercer efectivamente los poderes que se atribuían, necesitaban la atención constante y el aplauso de un denso auditorio urbano… Acaso no era una de las misiones menos importantes del arte urbano monumental la de reducir al hombre común a una posición temerosa, haciéndolo más gobernable, mientras durara la ilusión.

    Puerta de Ishtar
    M.S. -Usted define la ciudad como teatro ¿Por qué?
    L.M. -Las actividades características de la ciudad antigua tienen una cualidad especial: existen en un estado de tensión e interacción que avanza periódicamente hacia una crisis o una culminación. Esto se encuentra caracterizado en una fase primitiva del desarrollo urbano por un arte nuevo, el arte teatral. Hay por lo menos dos fuentes de la tragedia que preparan su aparición en la ciudad. Una de ellas fue indagada admirablemente por Jane Harrison en su obra ANCIENT ART AND RITUAL. En ella la autora muestra como el teatro, la “cosa ejecutada”, se originó en los arcaicos ritos aldeanos correspondientes  a los ciclos de la naturaleza, ritos en los que intervenían como actores todos los aldeanos… Con el traslado de los ritos a la ciudad, los papeles se ampliaron… Ese tránsito  del ritual al teatro, de lo estable y repetido a lo dinámico, lo aventurado, lo racionalmente crítico, lo consciente de sí mismo y reflexivo, y hasta cierto punto no conformista, constituyo uno de los marcados logros de la ciudad… La ciudad antigua es por sobre todas las cosas un teatro, donde la vida corriente asume las características de un drama… Situación, trama, conflicto, crisis y solución: he aquí los términos en que el drama representado traduce la nueva vida que se vive en la ciudad, y, como reflejo del símbolo, las tensiones y excitaciones de esa vida asumen, a su vez mayor significación… La elaboración y reelaboración de personalidades constituye una de las funciones principales de la ciudad. En todas las generaciones, cada periodo urbano proporciona una multitud de nuevos papeles y una igual diversidad de nuevas potencialidades. Estas determinan cambios correlativos en las leyes, costumbres, valoraciones morales, vestimentas y arquitectura, y, por último, transforma la ciudad como un conjunto vivo… Solo en una ciudad puede congregarse todo un reparto de personajes para la representación del drama humano; y por esto solo en la ciudad existen diversidad y competencia suficiente como para dar brío a la trama y llevar a los actores hasta el grado más elevado de participación diestra e  intensamente consciente. Elimínense las ocasiones dramáticas de la vida urbana, las de la plaza, el tribunal, el proceso, el parlamento, el campo de deportes, la reunión del consejo y el debate, y la mitad de las actividades esenciales de la ciudad se desvanecerá, y más de la mitad de sus significados y valores disminuirá, si no es que se reduce a cero.
    M.S. -Me gustaría que nos explicara un poco la presencia del diálogo como expresión suprema de la vida ciudadana.
    L.M. -Del ritual y la acción dramática, en todas sus formas, surgió algo muy  importante: el diálogo humano. Acaso la mejor definición de la ciudad, en sus aspectos más elevados, consiste en decir que es un lugar destinado a ofrecer las mayores facilidades para la conversación significativa. El diálogo es una de las expresiones últimas de la vida en la ciudad: la delicada flor nacida de su largo crecimiento vegetativo. El dialogo se desarrolló con dificultad, por cierto, en caso de que se haya desarrollado en realidad, en el seno de la ciudad arcaica; pues las primeras comunidades urbanas se basaban, más bien, en el monologo del poder, y una vez que el precepto sacerdotal o la orden real estaban dados, no era prudente responder. El diálogo fue el primer paso que se dio fuera de ese conformismo tribal que constituye tanto un obstáculo para la conciencia de sí mismo como para el desarrollo… Al igual que tantos otros atributos emergentes de la ciudad, el diálogo no formaba parte de su plan o función original; pero lo hizo posible la inclusión de la diversidad humana dentro del anfiteatro urbano. Esto convirtió el diálogo en drama. Por su mismo desarrollo de ocupaciones y personajes diferenciados, la ciudad dejo de ser una comunidad de seres que pensaban absolutamente igual y eran absolutamente obedientes a un poder central. “Una ciudad que es de un solo hombre no es ciudad”, dice Haemon, en la ANTIGONA de Sófocles. Solo donde las diferencias son valoradas y donde la oposición es tolerada puede la lucha convertirse en dialéctica; de modo que, en su economía interna, la ciudad es un sitio donde se desalienta la guerra corporal y se promueve la guerra mental… Y si una de las funciones más importantes de la ciudad consiste en crear las condiciones necesarias para el desarrollo del diálogo y el drama, en todas sus ramificaciones, una clave para el desarrollo urbano debe resultar evidente: se trata de ensanchar el circulo de aquellos que son capaces de participar en el diálogo, hasta que, al final, todos los hombres lleguen a tomar parte en la conversación… En un sentido, el diálogo dramático constituye, al mismo tiempo, el símbolo más cabal y la justificación definitiva  de la vida de la ciudad. Por la misma causa, el símbolo más revelador del fracaso de la ciudad, de su misma inexistencia como personalidad social, es la ausencia de diálogo, que no es necesariamente un silencio sino el ruido igualmente fuerte que hace un coro que pronuncia las mismas palabras  con un conformismo acobardado, por más que sea complaciente. El silencio de una ciudad muerta tiene más dignidad que las vocalizaciones de una comunidad que desconoce tanto el desapego como la oposición dialéctica, tanto el comentario irónico como la disparidad estimulante, tanto un conflicto inteligente como una activa resolución moral. Un drama así está condenado a tener un fatídico final.

    M.S. -¿Cómo explica el contenido utópico y ético de la ciudad?
    L.M. -La ciudad demostró ser no solo un medio de expresar en términos concretos la exaltación del poder sagrado y secular, sino que, de manera que iba mucho más allá de la intención consciente, extendió también todas las dimensiones de la vida. Tras comenzar como representación del cosmos, como medio de traer el Cielo a la Tierra, la ciudad se convirtió en un símbolo de lo posible. La Utopía era parte integrante de su constitución original… Pese a sus negaciones, la ciudad produjo una vida significativa que, en muchos puntos, superó magníficamente los propósitos originales que le dieron existencia. Aristóteles expresa en palabras la naturaleza de esta transición desde los procesos urbanos preparatorios hasta los propósitos urbanos emergentes, en términos que sería difícil mejorar: “Los hombres se reúnen en la ciudad para vivir; permanecen en ella a fin de vivir la buena vida”. Definir la naturaleza de la ciudad en cualquier marco cultural específico equivaldría, en parte, a definir tanto las cualidades locales como las más universales de la buena vida.
    M.S. -Me gustaría que nos llamara la atención una vez más sobre la importancia del estudio histórico de la ciudad.
    L.M. -Si queremos echar nuevas bases para la vida humana debemos comprender la naturaleza histórica de la ciudad… Sin una proyección en la historia no llegaremos a tener el ímpetu necesario, en nuestra conciencia, para dar un salto suficientemente atrevido hacia el futuro.

    M.S.-Profesor, creo que este último mensaje es excelente para culminar esta entrevista. Muchas Gracias.



    Para saber un poco mas, puedes consultar:

    jueves, 10 de marzo de 2011

    EL ORIGEN DE LA CIUDAD

    Construccion de la Torre de Babel. Bruegher Pieter

    Rastrear el nacimiento de la ciudad es imaginar los largos procesos históricos de acumulaciones y transformaciones que la originaron. La ciudad es una construcción cultural compleja y relativamente reciente; apareció cuando el hombre hubo logrado un avanzado nivel intelectual. Miles de años cargados de lentas transformaciones permitieron la evolución del género humano desde su existencia anárquica y errante hasta la formación de culturas organizadas y permanentes.

    Desde los primeros tiempos, cuando los retos de la humanidad eran la reproducción, la satisfacción del hambre, la dominación de otros seres y la evasión de los rigores de la naturaleza, el hombre fue desarrollando facultades para actuar sobre el ambiente y diferenciarse. La necesidad de identificar los otros seres, las cosas y los fenómenos naturales, lo animó a poner nombres. Así creó la palabra. La voluntad de atacar y defenderse lo impulsó a inventar armas; el hambre lo obligó a construir herramientas; el deseo de cobijo y calor lo orientó a buscar refugios y encender hogares; la necesidad de protegerse en lugares seguros y fecundos lo condujo a seleccionar y dominar territorios. Así germinó el trabajo, la técnica, la propiedad y el clan. El ansia de comprender las fuerzas incontrolables de su cuerpo, de su mente, de la naturaleza y del grupo, lo incitó a crear el mundo intangible de los espíritus; en el afán de explicar su origen oculto concibió los mitos; la esperanza de existir por siempre lo llevó a imaginar un mundo más allá de la muerte. De esa manera  preludió la religión y el arte. La búsqueda de un orden estable lo encaminó a instituir jerarquías, diferencias y controles; entonces inventó la moral, la justicia y la injusticia. Nació la organización.  El deseo de expresar temor y admiración por las divinidades lo incentivó a construir monumentos. Ahí nació la arquitectura.

    De los primeros tiempos han quedado innumerables marcas que sirven para elaborar conjeturas sobre esa existencia lejana del hombre y  permiten imaginar cómo se fueron creando las condiciones que acompañaron el nacimiento de la cultura urbana: comunicación, tecnología, organización, arte y espiritualidad.  Con el  lenguaje, el hombre consolidó las relaciones de intercambio, reciprocidad y cooperación; transmitió conocimientos, juicios, conceptos, ideas y deseos; se fue haciendo reflexivo e innovador. Con su aptitud desencadenante de innovación tecnológica, sintetizada en los principios de finalidad, búsqueda, selección de recursos, dominio de los procesos, pericia, ingenio, refinamiento, variedad y transmisión, garantizó la creación de instrumentos y medios de sobrevivencia. Con un sentido de organización fundamentado en ideales de permanencia y dominio, instituyó la familia, la división del trabajo, la producción y acumulación de bienes; creó normas orientadas a ordenar las relaciones humanas y estableció jerarquías de acuerdo con  la fuerza, el valor, las bondades, las habilidades, la inteligencia, el parentesco; entonces surgió la diferencia entre hombres destinados a gobernar y obedecer; entendió que la protección y estabilidad del grupo dependía en gran medida de la conservación de la mentalidad y surgió la  necesidad de preservar y transmitir la memoria. Fue desarrollando una categoría de pensamiento y habilidades que le permitieron representar la naturaleza con gran virtuosismo; mantuvo esta forma de representación naturalista durante milenios y a medida que fue penetrando en la sustancia de las cosas, en la complejidad de los fenómenos y de la existencia, creó signos y símbolos en lugar de imágenes; gradualmente, el arte se volvió abstracto, esquemático, pictográfico, geométrico, taquigráfico, y de esa manera brotó el  germen de la escritura. Ante la imposibilidad de explicar la incertidumbre de la existencia, creyó que seres intangibles, árbitros supremos del bien y del mal, regían su destino; entonces, consultó los oráculos, interpretó las señales, los presagios y apareció la magia; invocó los espíritus mediante ritos misteriosos, en espacios especiales, puros e inviolables y de esa manera marcó diferencias entre lo sagrado  y lo profano. Lenta, secreta e incomprensiblemente, a medida que fue profundizando, racionalizando y condensando ese universo espiritual y sensible, desarrolló el sentimiento religioso y apareció la oración, el sacrificio, el ritual y los lugares de culto. La admiración y asombro de sus propias fuerzas y capacidades  internas, lo colocó en el mundo superior de los espíritus y cultivó la creencia en un alma que prodigiosamente prolongaba su existencia después de la muerte; para ella construyó sepulcros. En esas construcciones llenas de significados nació la ciudad.

    ¿Cuándo, cómo, por qué y dónde se formaron las primeras ciudades? El origen de la ciudad, tal como el del hombre, el del arte y el lenguaje, todavía permanece oculto. ¿Fue un santuario? ¿Un producto derivado de la primera revolución agrícola? ¿Evolución natural de la cultura aldeana del neolítico? Posiblemente. Henoc, Erec, Nínive, Calah, Resen, Sodoma, Gomorra, Jericó, Harán,  ShuruppakKish, Ur, Uruk, Lagash, Eridu, Babilonia... son sólo nombres de ciudades primigenias. La ciudad ha sido una idea que los hombres han creado y recreado a través de toda su existencia; idea que nace, se deshace y rehace constantemente, como anhelo, sueño, utopía y realidad. 
    Si atendemos el Génesis como documento histórico, podemos ver la ciudad como una de las primeras aspiraciones reveladas libremente  por los hombres. Así lo escribe: 


    “Toda la tierra tenía una sola lengua y unas mismas palabras. Sucedió que emigrando desde Oriente hallaron una llanura en la región del Senaar y se establecieron allí. Dijeron unos a otros: ¡Hagamos ladrillos y cozámoslos al fuego!  Se sirvieron de los ladrillos como de piedra, y el betún les sirvió de cemento.  Y dijeron: ¡Edifiquemos una ciudad y una torre, cuya cúspide llegue al cielo, y nos haremos un monumento para no ser dispersados por la faz de toda la tierra! Y bajó el Señor a ver la ciudad y la torre que estaban construyendo los hijos del hombre, y se dijo: ¡He aquí un pueblo unido, y tienen una sola lengua! Este es el principio de sus empresas y ahora no les será difícil  hacer cuanto se les ocurra. Bajemos, pues, y confundamos allí su lengua de modo que no se entiendan unos a otros! Y los dispersó de allí el Señor por toda la tierra, y así cesaron de edificar la ciudad. Por esto se la llamó Babel, porque allí confundió el Señor la lengua de todo el mundo y de allí los dispersó por toda la tierra.” (Genesis. Antiguo Testamento)


    En estos versículos descubrimos la ciudad como construcción voluntaria de los hombres y como desafiante organización de inteligencia. También están ahí los principios para su fundación y pervivencia. Una localización adecuada con buen clima, terreno cultivable y agua abundante; posiblemente, la región del Senaar corresponde a lo que fue el valle fértil del Éufrates y el Tigris. Capacidad tecnológica y organización de los hombres en torno a una empresa común, pues construir una ciudad y usar el ladrillo significaba la existencia de una organización colectiva de trabajo y el dominio de una técnica constructiva avanzada para ese tiempo. Acuerdo entre los hombres expresado en el ideal religioso de elevarse hacia el cielo o residencia de Dios. Deseo de construir un lugar para no seguir una existencia dispersa y errante. Necesidad de marcar esos ideales mediante un monumento, un zigurat, como símbolo de unión, organización, sentido de pertenencia,  dominio de un lugar  y testimonio de  inteligencia, es decir, voluntad creativa del ser civilizado. Infalibilidad de la capacidad de entendimiento y comunicación entre los hombres como clave fundamental para hacer realidad tales aspiraciones. La metáfora nos indica que es precisamente una perturbación en este último factor, la incapacidad de comunicarse, de llegar a acuerdos, lo que frustró esta tentativa urbana.

    No fue fácil el nacimiento de la ciudad; fue una lucha entre culturas nómadas que se refugiaban en sus tradiciones  y otras más avanzadas que buscaban mejores formas de organización.

    miércoles, 9 de marzo de 2011

    HISTORIA DE LA CIUDAD Y MEMORIA URBANA

     

    Pienso que el estudio de la historia de la ciudad es necesario para el cultivo de una relación afectiva con la ciudad, teniendo en cuenta que  los sentimientos se cultivan con memoria. La memoria personal se forma por las experiencias de vida y la acumulación de información y conocimientos. En la formación de la memoria histórica predomina la segunda fuente, pues, en general, construimos nuestra memoria del pasado lejano sobre lejanas referencias. En este sentido, la historia de la ciudad es una narración que debe ser fiel a los hechos, datos y documentos, pero debe tener un nivel vivencial de esa existencia lejana de la ciudad; ese nivel es la imaginación. Creo que el estudio de la historia es un excelente ejercicio de rigurosidad e imaginación.

    Cuando intentamos penetrar en los tiempos más lejanos de la ciudad nos ocurre lo que le sucedió al Emir Musa ibn Nusayr  en el mito sobre la Ciudad de Cobre,  construida por los genios para Salomón, hijo de David, en tierras de al-Andalus. Se cuenta que un día el califa Abd al-Malik ibn Marwan tuvo noticias sobre la existencia de esa ciudad y ordenó buscarla. El Emir Musa ibn Nusayr salió con su ejército y rastrearon por diferentes caminos; al cabo de un tiempo llegaron a una tierra paradisíaca  y dicen que "apareció ante ellos la muralla de la Ciudad de Cobre, como si no la hubiesen  hecho manos humanas, y se asustaron.” 

    Musa ibn Nusayr ordenó sitiarla y abrir sus puertas para ver la vida de aquella ciudad, pero durante seis días de espera no vieron por ahí a ningún ser humano ni encontraron las puertas.  Socavaron los cimientos hasta llegar al nivel del agua sin encontrar la posibilidad de penetrarla. Por último, construyeron una torre muy alta que dominaba la muralla y el Emir animó a sus soldados diciendo: “¡Quien suba a lo más alto de la muralla, le daré como recompensa su precio de sangre! Uno de los soldados se adelantó, pidió la recompensa, subió hasta lo más alto y cuando se asomó a la ciudad, se echó a reír, agitó sus manos y se arrojó al interior de la ciudad. Oyeron entonces un gran alboroto y voces terribles que los atemorizaron. Aquellos gritos duraron tres días y tres noches y cuando callaron, los hombres del ejército llamaron al desaparecido desde todos los rincones y no encontraron respuesta. Cuando desistieron de llamarle, Musa les convocó y dijo: ¡A quien suba a lo alto le daré mil dinares! Se ofreció otro valiente… El Emir le dio el siguiente consejo: ¡No hagas lo que hizo tu compañero; infórmanos de lo que veas y no bajes al interior de la ciudad! Entonces, el hombre subió y cuando se asomó por el alto del muro, se hecho a reír, sacudió sus manos y se arrojó al interior… Escucharon esta vez, también grandes voces terribles, más fuertes aún que la primera vez hasta el punto de que les entró un terror de muerte… Entonces, Musa ibn Nusayr dijo: ¡Si nos marchamos de aquí sin saber lo que hay en la ciudad, qué escribiré al Príncipe de los Creyentes! ¡A quien suba le daré el equivalente a dos precios de sangre!  Se presentó otro valiente y dijo: ¡Yo subiré, pero atadme una cuerda a la cintura fuertemente, cuyo extremo sujetaréis, y cuando yo quisiera arrojarme al interior de la ciudad, impedídmelo!  Así lo hicieron; subió el hombre y cuando se asomó a la ciudad, se echó a reír, sacudió las manos y quiso tirarse al interior de la ciudad, mientras sus compañeros tiraban de la cuerda hasta que el hombre se partió en dos mitades: la mitad inferior cayó fuera y la superior al interior de la ciudad, produciéndose de nuevo los gritos y el tumulto. Entonces el Emir se desesperó y dijo: ¡Sin duda los genios atrapan a todo el que sube a lo alto de la ciudad!, y ordenó que el ejército partiese.” (Maria Jesus Rubiera. La arquitectura en la literatura arabe)

    Me pregunto: ¿Qué era lo que fascinaba a esos hombres para que se arrojasen al interior de la ciudad? ¿Por qué no regresaban? ¿Quiénes eran esos “genios” que  con gran estrépito, aparentemente los devoraban o los retenían luego en un silencio sepulcral? Creo que en esta leyenda encontramos los riesgos de las personas que se aventuran en el conocimiento de la historia de la ciudad. Hay algo fascinante ahí.  Primero, la dificultad para entrar, ver e imaginar los tiempos idos; pero luego, cuando logramos descubrir la magnificencia de las huellas donde transcurrieron los grandes acontecimientos y la vida cotidiana de remotas generaciones: arquitectura, arte, tecnologías, literatura, leyes, instituciones, costumbres, creencias, religiones..., sentimos que la inmensidad e intensidad de todos esos “genios” atrapa nuestra mente y corremos el riesgo de que nos retengan y no regresemos nunca más. Y es que, desde siempre, la ciudad ha sido el lugar donde los seres humanos hemos construido y depositado los productos de nuestra inteligencia. ¿Cómo entender esta concentración de inteligencia que desde sus orígenes es la ciudad? ¿Cómo indagar sobre la evolución y cambios del significado de la idea de ciudad?

    Un breve recorrido histórico nos revela que esa idea se ha modificado de acuerdo a las diferentes concepciones que los hombres han tenido del mundo. Estas modificaciones no han alterado la esencia del concepto y han reproducido los componentes sustanciales y originales de la idea. Sin embargo, progresivamente se han incorporado diversos componentes que han transformado la  visión original, simple e inmutable,  en una visión compleja y cambiante. En este sentido, podemos imaginar la evolución de la idea de ciudad como una espiral; en cada período histórico el concepto de ciudad puede definirse como un círculo de conocimiento, y al saltar al período siguiente se define otro círculo en el cual siempre se intenta retornar al punto de salida y se describe un nuevo círculo desplazado, de mayor radio y de mayor espesor. Es decir, el concepto de ciudad sin desprenderse del sentido original, progresivamente se aleja de su centro, se amplía y se vuelve más complejo porque acumula mayor cantidad de propiedades con el paso del tiempo.

    Y es que, casi como en un proceso natural, cada idea de ciudad de un nuevo tiempo no sólo trata de entender la concepción anterior sino que se adapta para afrontar las pruebas de las nuevas circunstancias, introduce elementos que le permiten explicar cosas que no pudieron ser explicadas por anteriores visiones e intenta augurar el devenir de lo urbano, pues el concepto de ciudad ha cultivado siempre una idea de evolución y progreso que nos permite  imaginar la búsqueda de un ideal (o de una utopía).

    Vale la pena hacer el intento de reconstruir esos círculos en el conocimiento de la ciudad. Creo que actualmente hay que  elaborar un concepto de Ciudad que posibilite el redescubrimiento de aquellos rasgos permanentes o sustanciales de la idea de ciudad y  nos permita entender que, en torno a estos rasgos que permanecen inalterables ante los cambios de perspectiva,  la idea de ciudad  se enriquece cuando puede ser imaginada como pluriverso cambiante, sujeto a múltiples interpretaciones procedentes de diversos campos de investigación que nos revelan nuevos rasgos esenciales y nos permiten reconocer, describir, clasificar y proyectar el devenir de la ciudad como idea y como objeto.

    En síntesis, se trata de ordenar muchas ideas dispersas dentro de una idea mayor que posibilite la articulación de componentes para adaptarse a exigencias fundamentales del mundo actual tales como  la comunicabilidad y la interacción del pensamiento. (Fragmento del libro Huellas de Ciudad. Miriam Salas.2002)