Construccion de la Torre de Babel. Bruegher Pieter |
Rastrear el nacimiento de la ciudad es imaginar los largos procesos históricos de acumulaciones y transformaciones que la originaron. La ciudad es una construcción cultural compleja y relativamente reciente; apareció cuando el hombre hubo logrado un avanzado nivel intelectual. Miles de años cargados de lentas transformaciones permitieron la evolución del género humano desde su existencia anárquica y errante hasta la formación de culturas organizadas y permanentes.
Desde los primeros tiempos, cuando los retos de la humanidad eran la reproducción, la satisfacción del hambre, la dominación de otros seres y la evasión de los rigores de la naturaleza, el hombre fue desarrollando facultades para actuar sobre el ambiente y diferenciarse. La necesidad de identificar los otros seres, las cosas y los fenómenos naturales, lo animó a poner nombres. Así creó la palabra. La voluntad de atacar y defenderse lo impulsó a inventar armas; el hambre lo obligó a construir herramientas; el deseo de cobijo y calor lo orientó a buscar refugios y encender hogares; la necesidad de protegerse en lugares seguros y fecundos lo condujo a seleccionar y dominar territorios. Así germinó el trabajo, la técnica, la propiedad y el clan. El ansia de comprender las fuerzas incontrolables de su cuerpo, de su mente, de la naturaleza y del grupo, lo incitó a crear el mundo intangible de los espíritus; en el afán de explicar su origen oculto concibió los mitos; la esperanza de existir por siempre lo llevó a imaginar un mundo más allá de la muerte. De esa manera preludió la religión y el arte. La búsqueda de un orden estable lo encaminó a instituir jerarquías, diferencias y controles; entonces inventó la moral, la justicia y la injusticia. Nació la organización. El deseo de expresar temor y admiración por las divinidades lo incentivó a construir monumentos. Ahí nació la arquitectura.
De los primeros tiempos han quedado innumerables marcas que sirven para elaborar conjeturas sobre esa existencia lejana del hombre y permiten imaginar cómo se fueron creando las condiciones que acompañaron el nacimiento de la cultura urbana: comunicación, tecnología, organización, arte y espiritualidad. Con el lenguaje, el hombre consolidó las relaciones de intercambio, reciprocidad y cooperación; transmitió conocimientos, juicios, conceptos, ideas y deseos; se fue haciendo reflexivo e innovador. Con su aptitud desencadenante de innovación tecnológica, sintetizada en los principios de finalidad, búsqueda, selección de recursos, dominio de los procesos, pericia, ingenio, refinamiento, variedad y transmisión, garantizó la creación de instrumentos y medios de sobrevivencia. Con un sentido de organización fundamentado en ideales de permanencia y dominio, instituyó la familia, la división del trabajo, la producción y acumulación de bienes; creó normas orientadas a ordenar las relaciones humanas y estableció jerarquías de acuerdo con la fuerza, el valor, las bondades, las habilidades, la inteligencia, el parentesco; entonces surgió la diferencia entre hombres destinados a gobernar y obedecer; entendió que la protección y estabilidad del grupo dependía en gran medida de la conservación de la mentalidad y surgió la necesidad de preservar y transmitir la memoria. Fue desarrollando una categoría de pensamiento y habilidades que le permitieron representar la naturaleza con gran virtuosismo; mantuvo esta forma de representación naturalista durante milenios y a medida que fue penetrando en la sustancia de las cosas, en la complejidad de los fenómenos y de la existencia, creó signos y símbolos en lugar de imágenes; gradualmente, el arte se volvió abstracto, esquemático, pictográfico, geométrico, taquigráfico, y de esa manera brotó el germen de la escritura. Ante la imposibilidad de explicar la incertidumbre de la existencia, creyó que seres intangibles, árbitros supremos del bien y del mal, regían su destino; entonces, consultó los oráculos, interpretó las señales, los presagios y apareció la magia; invocó los espíritus mediante ritos misteriosos, en espacios especiales, puros e inviolables y de esa manera marcó diferencias entre lo sagrado y lo profano. Lenta, secreta e incomprensiblemente, a medida que fue profundizando, racionalizando y condensando ese universo espiritual y sensible, desarrolló el sentimiento religioso y apareció la oración, el sacrificio, el ritual y los lugares de culto. La admiración y asombro de sus propias fuerzas y capacidades internas, lo colocó en el mundo superior de los espíritus y cultivó la creencia en un alma que prodigiosamente prolongaba su existencia después de la muerte; para ella construyó sepulcros. En esas construcciones llenas de significados nació la ciudad.
¿Cuándo, cómo, por qué y dónde se formaron las primeras ciudades? El origen de la ciudad, tal como el del hombre, el del arte y el lenguaje, todavía permanece oculto. ¿Fue un santuario? ¿Un producto derivado de la primera revolución agrícola? ¿Evolución natural de la cultura aldeana del neolítico? Posiblemente. Henoc, Erec, Nínive, Calah, Resen, Sodoma, Gomorra, Jericó, Harán, Shuruppak, Kish, Ur, Uruk, Lagash, Eridu, Babilonia... son sólo nombres de ciudades primigenias. La ciudad ha sido una idea que los hombres han creado y recreado a través de toda su existencia; idea que nace, se deshace y rehace constantemente, como anhelo, sueño, utopía y realidad.
Si atendemos el Génesis como documento histórico, podemos ver la ciudad como una de las primeras aspiraciones reveladas libremente por los hombres. Así lo escribe:
“Toda la tierra tenía una sola lengua y unas mismas palabras. Sucedió que emigrando desde Oriente hallaron una llanura en la región del Senaar y se establecieron allí. Dijeron unos a otros: ¡Hagamos ladrillos y cozámoslos al fuego! Se sirvieron de los ladrillos como de piedra, y el betún les sirvió de cemento. Y dijeron: ¡Edifiquemos una ciudad y una torre, cuya cúspide llegue al cielo, y nos haremos un monumento para no ser dispersados por la faz de toda la tierra! Y bajó el Señor a ver la ciudad y la torre que estaban construyendo los hijos del hombre, y se dijo: ¡He aquí un pueblo unido, y tienen una sola lengua! Este es el principio de sus empresas y ahora no les será difícil hacer cuanto se les ocurra. Bajemos, pues, y confundamos allí su lengua de modo que no se entiendan unos a otros! Y los dispersó de allí el Señor por toda la tierra, y así cesaron de edificar la ciudad. Por esto se la llamó Babel, porque allí confundió el Señor la lengua de todo el mundo y de allí los dispersó por toda la tierra.” (Genesis. Antiguo Testamento)
En estos versículos descubrimos la ciudad como construcción voluntaria de los hombres y como desafiante organización de inteligencia. También están ahí los principios para su fundación y pervivencia. Una localización adecuada con buen clima, terreno cultivable y agua abundante; posiblemente, la región del Senaar corresponde a lo que fue el valle fértil del Éufrates y el Tigris. Capacidad tecnológica y organización de los hombres en torno a una empresa común, pues construir una ciudad y usar el ladrillo significaba la existencia de una organización colectiva de trabajo y el dominio de una técnica constructiva avanzada para ese tiempo. Acuerdo entre los hombres expresado en el ideal religioso de elevarse hacia el cielo o residencia de Dios. Deseo de construir un lugar para no seguir una existencia dispersa y errante. Necesidad de marcar esos ideales mediante un monumento, un zigurat, como símbolo de unión, organización, sentido de pertenencia, dominio de un lugar y testimonio de inteligencia, es decir, voluntad creativa del ser civilizado. Infalibilidad de la capacidad de entendimiento y comunicación entre los hombres como clave fundamental para hacer realidad tales aspiraciones. La metáfora nos indica que es precisamente una perturbación en este último factor, la incapacidad de comunicarse, de llegar a acuerdos, lo que frustró esta tentativa urbana.
No fue fácil el nacimiento de la ciudad; fue una lucha entre culturas nómadas que se refugiaban en sus tradiciones y otras más avanzadas que buscaban mejores formas de organización.
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